Con el anuncio público del Ministerio de Consumo sobre la regulación de la publicidad de bollería procesada y sus sucedáneos, dirigida específicamente al público infantil, se despertó nuevamente ese bullicio de «protesta» sobre el tema de lo que algunos denominan como las prohibiciones del Gobierno.
Y es que los primeros en salir a atacar esta medida, son esos autodenominados liberales muy defensores de la libre elección cuando les conviene o no les tocan lo suyo. Son muy de defender las libres elecciones, pero cuidado, no nos vayamos a pasar decidiendo. Un buen ejemplo de esto es cuando hablamos del derecho a una maternidad libremente decidida. ¡Uy, que malas son las abortistas!
Pero claro, el problema principal no radica ahí. Aquí vemos la maestría que tienen para confundir con sus discursos, comprados por una parte de la ciudadanía que responde fácilmente a la provocación de sus titulares manipulados.
Vamos a ver señoras y señores: no se prohíbe ni la venta, ni el consumo de dulces, bollería y todos sus derivados.
Con esta medida se pretende cumplir con una regulación, que, por cierto, se cumple en la mayoría de países de la Unión Europea, sin que los y las menores vean truncadas sus meriendas, ni tengan policías controlándoles lo que comen o no.
Porque si, contrario a lo que esos «defensores de las libertades» dicen y defienden existen regulaciones, muy necesarias por cierto, frente a las formas y estrategias utilizadas en la publicidad en todas sus áreas.
¿Saben ustedes que en España existen artículos específicos en varias leyes que regulan la publicidad para que ayude en la erradicación de la violencia de género?
Pues sí, están en la Ley de Comunicación Audiovisual, en la Ley General de Publicidad, en la ley de Igualdad y en la Ley contra la Violencia de Género. En esos artículos se abordan ciertos elementos que lastimosamente seguimos viendo a diario. Ojalá tomaran nota aquí también y se pusieran manos a la obra.
Supongo que ustedes saben que la publicidad trabaja con la psicología de quienes consumen y, por ende, cada uno de los mensajes que mandan tiene una intencionalidad y responde a un reclamo específico que busca que consumamos ese u otro producto.
Esto nos crea una serie de necesidades y apetencias. Así mismo entra a formar parte de la información que vamos incorporando a diario en la construcción de nuestra manera de pensar y desenvolvernos en nuestro entorno.
Pero esto no sucede solo con la publicidad.
Todos los productos audiovisuales que consumimos a diario tienen el mismo efecto y es obvio que cuando hablamos de aquellos van dirigidos a menores, deberíamos prestar mucha más atención en el qué y el cómo les comunican.
Otro elemento clave aquí son las formas en las que tienen acceso a esta información y dos ejemplos claros son la pornografía o la publicidad de las casas de apuestas o apuestas online, pero este tema nos daría para otro artículo.
Y si a esto le sumamos que la educación para hacer un verdadero análisis crítico de los productos audiovisuales que se consumen, es casi nula, pues mi gente, de esos polvos vienen estos lodos.
Ahora bien, esta situación debería servir para poner sobre la mesa dos temas importantes:
1. La necesidad de revisar no solo la publicidad, sino todo el material comunicativo que recibimos a diario desde una perspectiva crítica y propositiva, que construya y transforme.
2. Revisarnos con ese mismo espíritu crítico como recibimos la información que nos llega y dejar de creer en los cuentos manipulados de unos cuantos interesados en mantener ese clima de crispación que impide el progreso.
Así pues, Señorosdel bullicio, sean ustedes todo lo zampabollos que quieran, pero háganse y hágannos el favor: dejen avanzar a la sociedad y procuren escuchar y/o leer bien antes de montar sus shows, no sean tan fatiguitas!
Publicado originalmente en Público, el 2 de noviembre de 2.021.