Para adoctrinar ya están el Estado y las instituciones dogmáticas a las que apoya para seguir adelante en su campaña por lo que se empeñan en llamar la “reestructuración del orden de las cosas”.
Para nadie es un secreto que los retrocesos en avances sociales no son simplemente una parte de la política económica. Son la base fundamental para reconstruir su discurso retrógrado y excluyente, a causa del cual la ciudadanía está perdiendo, de manera veloz y desastrosa, lo que durante años habíamos concebido todos como algunas de las condiciones que permitieran la tan anhelada “calidad de vida”.
Para tal fin, se sirven de discursos como el del ministro Wert. En su reforma educativa, como primera medida elimina todo lo que se refiere a la igualdad, la diversidad, la tolerancia, la solidaridad y la no discriminación por razones de etnia o sexo. Así protege a las instituciones educativas que segregan por sexos a sus estudiantes, que impone la enseñanza de la catequesis católica y un modelo lingüístico que es tan contradictorio con la realidad como la crítica que hace del modelo que se venía usando en las diferentes comunidades autónomas.
También padecemos las repetidas imágenes de otras personas del Gobierno. Por ejemplo el ministro Gallardón, cuyas tasas judiciales dejan el acceso a la Justicia en lugares inalcanzables para gran parte de la sociedad. Eso aumenta la indefensión de la ciudadanía ante los cada vez más constantes atropellos de nuestras las libertades y apenas nos deja margen de acción. Dichas tasas, también condenan a las mujeres que sufren la lacra de la violencia machista a seguir ligadas a sus maltratadores si no pueden pagar las tasas para pedir el divorcio.
También está el ministro Soria con sus reiterados incrementos en las tarifas de los servicios básicos (no tenemos que esperar hasta enero para acordarnos de ello) y su “constante trabajo” por la reducción de los precios de los combustibles: eso le permite presumir de que mantienen el IPC controlado (jugada que no les ha salido bien, gracias a que Wert impuso un brutal incremento en las tasas universitarias); pero nunca veremos las y los consumidores esa reducción de las tarifas en las gasolineras.
La ministra Báñez sigue con sus “desplantes” a las reuniones europeas, donde se discuten precisamente las estrategias para generar trabajo en los países donde los niveles de paro son mayores: ella anda de cócteles y celebraciones a los que perfectamente podría haber enviado –si era cuestión de protocolo– a sus subalternos, que tiene muchos y no lo contrario, como suele hacerlo.
Pero todo esto no son más que pinceladas de una situación que ya conocemos bien. Mi reflexión pretende ir otro punto, no menos importante: qué posición tomamos como ciudadanía frente a todo esto.
Hay muchas respuestas, muchas posturas, muchas estrategias, pero ¿cómo saber cuál es la más acertada? Esa es la encrucijada. En mi opinión, saber eso es hallar la brecha por donde nos están colando todos sus desmadres. Por un lado padecemos la falta de unión en el objetivo. Por otro, creo que no entendemos que cualquier esfuerzo o aportación es clave para la consecución del resultado que esperamos.
En repetidísimas ocasiones nos encontramos en las redes sociales –pieza clave para las movilizaciones ciudadanas en estos tiempos– con mensajes de personajes e instituciones que proponen acciones o lanzan mensajes. Podemos participar, aportar o sumarnos a ellos, pero son eso, propuestas que quien las recibe decide si actúa o no, y también decide cuál será su aportación en ellas; lo que soprende es que, desgraciadamente, nos estamos encontrando con una constante reprobación cuando esas propuestas no son secundadas, como si se trataran de mensajes impuestos que debemos acatar y seguir, porque así se nos están dictando.
Como educadora he tenido la oportunidad de comprobar que, cuando los procesos de aprendizaje no empiezan por una clara y precisa comprensión del elemento que se busca enseñar, clarificar o mostrar, se está trabajando sobre un material tan endeble y resbaladizo como la nieve, que, en cuanto cambian las condiciones atmosféricas, se deshace y desbarata todo lo que en teoría habíamos “aprendido”. Esta puede ser una de las explicaciones que podríamos dar al por qué estamos viviendo todos estos retrocesos.
Es posible que la ciudadanía no se haya enterando con claridad y certeza de lo que se elegía en las urnas o, para ir un poco más a la base, de la importancia que tiene una verdadera democracia participativa, donde la indiferencia facilita el camino a quienes sí tienen claro lo que pretenden hacer con el poder. Y más con esa mayoría aplastante. El problema no es que un alto porcentaje de la ciudadanía hablara: es justo al contrario, que muchísima gente prefirió callar.
Como ciudadana que defiende el libre pensamiento, y como educadora de profesión, mi llamamiento (uno más de tantos que hay en todo este entramado) sería este: trabajar desde diferentes acciones, para tener claro cuál es el estado actual de la situación y la real importancia de la pérdida de derechos y libertades que estamos viviendo. Que las personas, sin importar su espacio de acción, su procedencia y sus creencias, identifiquen lo que está en juego, por qué deberíamos seguir luchando (que al final de cuentas, viene a ser casi lo mismo para todas y todos). Hay que conseguir que así llegue a más gente, a los diferentes grupos sociales; pero sobre todo debe ser muy claro y preciso, sin divagaciones; debe tener la mayor importancia ese bienestar común que nos permite la convivencia en sociedad, respetando las individualidades, tanto de acción como de intervención.
Si los colores fueran cada uno por su lado, no le darían su significación al arcoíris; por lo mismo, hablar de causas independientes unas de otras nos puede llevar a ir dejando esfuerzos por el camino. Esfuerzos que seguramente, si se juntaran, tendrían mayor fuerza, porque todos van dirigidos a la misma causa. Pero es fundamental tener claro lo que se busca, como también lo es el hecho de que cada persona tiene la posibilidad de hacer su valoración y su aportación de manera libre y consecuente. Si no lo hacemos así podemos caer en la manera de actuar de quienes nos están oprimiendo y pretenden imponernos sus dogmas y sus creencias.