Los hechos que pudimos ver a través de los vídeos que se compartían desde diferentes cuentas en las redes sociales sobre lo ocurrido en la manifestación del 8M son injustificables.
Y es que, para bien o para mal, vivimos en tiempos donde lo que se ve es lo que construye el relato; y nadie nos podrá negar que lo que vimos fue violencia.
Violencia que se dio en el marco de una manifestación feminista, donde bien sabemos todas y todos que la principal reivindicación es la erradicación de la violencia, la violencia contra todas las niñas y mujeres del mundo entero. Todas.
Hemos leído o escuchado discursos que pretenden defender dichas actuaciones.
Pudimos ver cómo sacaron de la manifestación a las compañeras que llevaban una pancarta en la que ponía «Stop Violencias Machistas» (que entiendo que es un mensaje que todas compartimos), arrastradas, tirando de su pancarta, y luego ver cómo esta era pisoteada.
Así mismo vimos imágenes de otras pancartas rajadas y hasta de compañeras que tienen partes de lesiones. Y esto, queridas, es injustificable.
Dentro de los relatos que encontramos también había un vídeo que mostraba cómo el bloque abolicionista se adelantaba a la zona de la tarima una hora antes de que la cabecera llegara, y argumentos basados en esto para justificar lo que ya hemos descrito. Pues sigo insistiendo: no es justificable.
Yo llevo muchos lustros ya asistiendo a diversas manifestaciones y algunos en la organización de las mismas, y esta situación –la de grupos participantes que se adelantan o que se anteponen a la cabecera–, no es nueva; vamos, que no se inventó ayer.
Recuerdo que, en una ocasión, las compañeras de una asociación que se declara abiertamente regulacionista adelantaron a la cabecera en una concentración de Sol, y recuerdo cómo, sin utilizar ninguna forma de violencia, se les pidió que se pusieran detrás de la pancarta. Y ellas se movieron, ubicándose detrás de esta, con su pancarta alta y sus mensajes, que el pleno de la manifestación no suscribía. Pero nadie utilizó la fuerza para resolver aquella situación y todas terminamos la manifestación en calma.
También recuerdo cómo en el Tren de la Libertad se dio una situación similar: quienes estuvimos allí ese día sabemos que el Paseo del Prado se llenó al completo y, cuando llegamos en el tren con las compañeras asturianas de Les Comadres, el recorrido para que estas pudieran llegar a la cabecera (como era lo esperado, pues eran ellas las que traían aquella carta a las Cortes) nos llevó un largo rato, así que mientras pasó ese rato otras compañeras, no recuerdo de qué bloque, se habían posicionado en la cabecera. ¿Y qué paso? Pues nada. Cuando llegaron Les Comadres, ellas pasaron por el lado y estas se adelantaron para subir la cuesta de la Plaza de las Cortes e ir a entregar la carta. Sí, eran temas de logística, pero se dieron y se supo resolverlos sin violencia alguna.
¿Que para qué nos sirve la historia? Pues para conocer lo que sucedió tiempo atrás y actuar en consecuencia, siempre mejorando la situación. El problema es que parece que los seres humanos eso aún no lo hemos aprendido y caemos en la negación del pasado o en la falsa idea de ser «pioneros» en todo.
El feminismo, como cualquier movimiento social, tiene sus debates internos, y menos mal que es así, porque si no se habría quedado estático hace siglos y no habría avanzado hasta donde está ahora. Pero para esto tenemos que seguirnos manteniendo en la premisa de erradicar la violencia y eso pasa por no dejar que entre en nuestras filas, bajo ningún concepto; y eso incluye no consentir ni camisetas, ni carteles, ni pintadas que lanzan amenazas directas a otras mujeres.
Si algo ha caracterizado al feminismo es que jamás invitaría a violentar a otras mujeres, por muy en las antípodas que estén de nuestro pensamiento.
La discrepancia es sana y hasta necesaria. Nunca he sido de tener un discurso único, es más, eso me asusta, pero es fundamental que no se pierda de foco el objetivo y creo que los últimos sucesos nos están llevando de manera apresurada a la necesidad de crear estrategias que nos permitan seguir trabajando y cerrar la puerta a quienes quieren desarticular el movimiento con estratagemas violentas, que no se corresponden a nuestro accionar y que están sobrepasando la línea roja de los Derechos Humanos.
Este trabajo es de todas, compañeras, y solo depende de nosotras. La violencia que vivimos niñas y mujeres en el mundo entero es estructural, sistemática y sistémica, por ello es indispensable que, para conseguir erradicarla, no permitamos que entre en nuestras filas.
Publicado originalmente en Público, el 9 de marzo de 2.020.