Hace algunos años asistí a un foro con organizaciones no gubernamentales que trabajan con personas migrantes, y uno de los ponentes hizo una afirmación que transformó mi forma de analizar el tema: la migración no es un problema, sino un fenómeno. Este concepto me permitió replantear la manera en que se aborda el tema en los discursos políticos y sociales.
La migración ha sido una constante a lo largo de la historia, generando cambios profundos en las sociedades. Sin embargo, dependiendo de la perspectiva desde la cual se observe, estas transformaciones pueden verse como positivas o negativas. Por ejemplo, las migraciones europeas hacia las Américas trajeron consecuencias muy distintas para ambos lados del océano.
Como migrante con varias experiencias de desplazamiento, sé que cada proceso migratorio es diferente, condicionado por factores como el destino, los recursos disponibles y las razones detrás del movimiento. Sin embargo, hay algo en común en todos los casos: la búsqueda de una mejor vida, o incluso, la necesidad de salvarla.
El análisis profundo de cómo hablamos de migración revela que no es casual que se refiera a ella como un problema. Recientemente, en el podcast A fondo con María Jimena Duzán, se discutía cómo el discurso político y social ha manipulado la percepción de la migración, especialmente en Colombia con la llegada masiva de venezolanos. Lo mismo sucede en muchos otros contextos globales. Este manejo discursivo de la migración como amenaza no es un fenómeno nuevo, sino una táctica de control que se alimenta del miedo y la necesidad de seguridad.
La instrumentalización del miedo
Foucault, en su obra sobre biopolítica y el poder, explica cómo los Estados utilizan discursos de seguridad para controlar a las poblaciones, y la migración se ha convertido en un blanco fácil para estos mecanismos de poder. El miedo a lo desconocido, como explica Laura Jiménez, directora del Barómetro en Colombia, se combina con la necesidad de construir una identidad colectiva, lo que lleva a la creación de un «exogrupo»: aquellas personas que no pertenecen a nuestra comunidad o cultura. Este «otro», frecuentemente encarnado por la población migrante, se convierte en el enemigo que amenaza esa identidad.
Este miedo se alimenta de prejuicios construidos por experiencias personales y reforzados por narrativas mediáticas y políticas. Los medios de comunicación y los relatos locales han jugado un papel crucial en la formación de imaginarios colectivos sobre las y los migrantes, consolidando la idea de que representan una amenaza.
Migración y control social
Tara Zahra, historiadora experta en migración, explica cómo el miedo a las personas migrantes ha sido instrumentalizado históricamente para justificar políticas de control social y fronterizo. Este fenómeno ha sido especialmente relevante en Europa, donde el discurso sobre la migración se utiliza para fortalecer la seguridad nacional y justificar medidas restrictivas. Estas ideas no surgieron de la nada, sino que se han incrementado significativamente desde eventos como los ataques del 11 de septiembre en Estados Unidos, que consolidaron la vinculación entre migración y terrorismo.
Ulrich Beck y Jef Huysmans han destacado cómo las amenazas globales, como el terrorismo, han sido manipuladas por los gobiernos y los medios para crear una sensación de inseguridad constante, y la migración ha sido colocada en el centro de este discurso securitizado. Las y los migrantes se presentan como una amenaza a la seguridad pública, económica y cultural, lo que legitima políticas de exclusión.
El uso político de la migración por la extrema derecha
El miedo a la migración se ha convertido en una herramienta política poderosa, especialmente para los partidos de extrema derecha, que han encontrado en este discurso una forma eficaz de movilizar la opinión pública y ganar apoyo electoral. Estos partidos han creado un relato en el que los y las migrantes, especialmente quienes provienen de culturas o religiones diferentes, son retratados como invasores que ponen en peligro el bienestar de la sociedad.
La criminalización de la migración es otra táctica clave. En España, por ejemplo, se ha difundido la idea de que la violencia de género y los delitos sexuales son cometidos casi exclusivamente por migrantes, invisibilizando que la mayoría de los agresores son nacionales. Este tipo de discurso alimenta la xenofobia y refuerza la necesidad de «defender la identidad nacional» a través de políticas restrictivas y represivas.
El discurso de la extrema derecha polariza el debate público, dividiendo a la sociedad entre aquellos que promueven la integración y aquellos que ven la migración como una amenaza. Esta polarización se alimenta de una nostalgia por un pasado supuestamente mejor, en el que las fronteras estaban cerradas y la identidad nacional estaba «protegida».
La migración ha sido utilizada como una herramienta de control político y social, especialmente por la extrema derecha, que manipula el miedo y la inseguridad para ganar terreno. En lugar de abordar la migración como el fenómeno natural que es, se ha convertido en un arma política que alimenta la xenofobia y justifica la exclusión, o que articula discursos utilitaristas con respecto a esa población migrante con propuestas que justifican contratos de trabajo en condiciones precarias.
Es necesario reconfigurar el discurso público, reconocer la migración como una constante histórica y tratarla como un proceso que, gestionado de manera justa y humana, puede enriquecer a las sociedades. No es el miedo lo que debe guiar las políticas migratorias, sino la comprensión y el respeto por la dignidad humana. Solo así podremos avanzar hacia sociedades más inclusivas y equitativas, capaces de aprovechar el verdadero potencial transformador de la migración.
Artículo publicado originalmente en Público, el 17 de octubre de 2.024.